martes, 25 de agosto de 2015

Lost in traslation

Recuerdo que en uno de mis muchos viajes el destino me llevo a un pueblo perdido en medio de África. Muchas han sido mis andanzas, aventuras y desventuras... tropiezos y vueltas a comenzar. Por suerte tengo unos pies hechos para andar, y siempre encontré mi respuesta en seguir caminando. Pero por más que me aleje jamás podré olvidar al anciano que conocí en aquél poblado.
Las historias decían que fue domador de leones. Que no había ni uno solo de esos animales a los que no supiera, de un modo u otro, apaciguar. Decían que, en su larga vida, ni una sola de las bestias con las que se había cruzado le habían hecho un rasguño. 
Yo, intrigado, partí hacia el pueblo sin conocer nada de su idioma ni su cultura, contando con que, con mi gran experiencia en la vida, rápidamente conseguiría entender y aprender aquello que buscaba, si le ponía suficiente corazón. Me costó menos de lo que pensaba encontrar el poblado. Al fin y al cabo estaba al alcance de la vista de cualquiera que supiera mirar. A lo lejos, en la llanura, pude ver la figura de varios leones, y mi ansia por conocer al anciano crecía al admirar sus poderosas figuras. Tal fue mi impaciencia que al llegar, sin apenas presentarme, y cumplir con las formalidades requeridas al visitar casa ajena, me dirigí directamente al jefe del poblado a preguntarle por la dirección del anciano. 
Curiosamente, gracias a mi osadía, fui aceptado por la gente del pueblo. Un pueblo humilde, pobre... pero hermoso. Y rico, en la calidez y calidad de sus gentes, y las sonrisas de los niños que iluminaban sus rincones. En aquel momento yo, viajero infatigable, conocedor y conocido en mil destinos, achaqué aquel acogimiento a mi gran carisma y presteza. No me paré a escuchar a nadie, pero por el camino entregué a los niños dulces y a los mayores regalos, chucherías de mi mundo pero grandes tesoros en el suyo. 
La gran cantidad de destinos que habían adornado hasta entonces mi camino, me dotaron de una gran capacidad a la hora de aprender nuevas lenguas. Me bastó con unas horas para lograr entenderme con el líder del poblado, que me indicó como llegar a la casa del anciano sin poner ninguna objeción, pero advirtiéndome de los peligros que podía encontrarme en el camino. Los amables lugareños me invitaron a pasar una o varias noches antes de partir, pero yo sabía que el anciano era viejo y que en cualquier momento podría morir. Cada segundo contaba. Solo me interesaba su historia, y estaba deslumbrado por saber como aquel sabio controlaba a los leones. 
Por lo tanto, en cuanto supe como llegar a donde vivía, ya que aquel hombre abandonó el poblado hacía años y se fue a vivir entre aquellos que le escuchaban, quise partir hacia allí. Me advirtieron que se tardaba cerca de media jornada a pie en llegar a su cabaña, pero aun así insistí en salir a media tarde. Además, llevaba mi rifle a la espalda para defenderme de eventuales contratiempos, aunque como siempre, esperaba no tener que usarlo. Les produje tan buen efecto a los jóvenes del poblado que dos de ellos se ofrecieron a acompañarme, por si era necesario hacer noche. Y yo accedí, pero a cambio tuvieron que escucharme todo el camino vanagloriarme sobre mi gran orientación y convencimiento sobre cosas obvias de la vida. Ellos, sin embargo, me pagaron con buenos oídos, lo cual no hizo más que crecerme y afianzar mi postura. Además, eso me confirmo mis grandes dotes para el lenguaje, ya que con pocas palabras era capaz de transmitir mis ideas y convencerlos. Porque sin duda estaban convencidos. Ellos hacían pocas observaciones, a mis oídos desacertadas, todas ellas encaminadas tan solo a frenar la pasión que tan sabiamente me dirigía. 
Como era de esperar empezó a caer la noche, y lo que comenzó como una simple travesía, se convirtió en una carrera contra el sol. Mis compañeros insistieron en parar en refugio seguro, descansar y continuar la marcha al día siguiente. Para mi eso solo era un reto más. Yo podía conseguirlo, solo o acompañado, y al final les deje atrás, gracias a mi fuerza y coraje. No se porque algo me decía que tenía que llegar lo antes posible. Se me cruzó por la cabeza que quizá el anciano, con tantos años a sus espaldas, pudiese haber perdido parte de su capacidad, y finalmente fuese atacado por uno de sus leones. Y así fue como llegué, exhausto, con la noche invadiendo la sabana mientras solo yo iluminaba mi camino, El viejo no estaba en la casa, y me temí lo peor. Sin conocer a penas el terreno, me adentré en la oscuridad y una vez más me costó poco encontrarlo. ¡Qué dones se me habían concedido! Nadie ni nada podía pararme y no necesitaba ayuda.
Sin embargo yo sabía que muchos si que necesitaban mi ayuda, y estaba ansioso por prestarla. Lo pidieran o no. Al fin y al cabo yo sabía muy bien lo que era no pedir ayuda aunque a veces, lo reconocía ya incluso entonces, la hubiera necesitado. Y allí me encontré con el viejo, y con mis peores suposiciones,. Se encontraba acorralado por un león herido, sin duda por algún cazador furtivo sin escrúpulos. Siempre odié a los cazadores furtivos, y nunca gusté de dañar a los animales, pero en aquel momento mi prioridad era salvar a aquel sabio de aquella encrucijada. Sin ninguna duda era el destino. Yo estaba allí por algo. Salvaría al anciano y el me transmitiría todo su conocimiento para que no se perdiera en el tiempo. Me acerque a paso ligero, mientras sacaba mi rifle para terminar con el sufrimiento del animal, que se acercaba cada vez más al anciano que, en su locura senil, parecía tranquilo. Cuando me vio comenzó a gritar en aquel idioma que tan bien conocía, y enseguida entendí que me pedía ayuda y que por favor matase a la bestia con mi rifle ya que, una vez herida, no podía ser controlada. Justo cuando iba a disparar oí a lo lejos voces. Eran mis compañeros de viaje que, a pesar de todo, habían seguido el camino. Supuse que mi ahínco les había inspirado para seguirme hasta allí. Solo logré entender lo que decía uno de ellos, pidiéndome por favor que no disparase al animal. Yo no entendí el motivo. Mi mente, siempre rápida, enseguida hizo mil conjeturas, pero sin duda la correcta era que, para aquella tribu, valía más la vida de un león que de un anciano, con cien años, a punto de morir. Además, no habían visto que el león ya estaba malherido y que probablemente moriría si no era atendido. No entendían como yo, venido de una tierra mucho más civilizada, la importancia de una vida humana y, sobre todo, del conocimiento. 
Por lo tanto, sin dudar, dispare el rifle acabando con la vida del león y me quede esperando los agradecimientos que tanto me merecía y, por supuesto, el conocimiento para domar leones.
Pocos minutos bastaron para que empezase a comprender mi error. O más bien, todos mis errores. Aquel anciano cayó derrumbado junto a la fiera mientras las lagrimas inundaban sus ojos. La alegría de los jóvenes casi se tornó en furia, pero aun así me preguntaron apartando su rabia que porque había disparado al león. Yo les expliqué, perplejo pero aún convencido, lo que el anciano me había dicho y entre gritos ellos me respondieron que había entendido justo lo contrario. El anciano quería que me alejase y le dejase solo, ya que el olor de la pólvora de mi rifle estaba poniendo nervioso al león. 
No fui recibido con felicitaciones ni vítores en el poblado. Aún así los habitantes me recibieron con educación y me dejaron pasar la noche. Y al día siguiente me invitaron a marchar y a no volver.
Por supuesto no aprendí como domar leones. Pero tampoco lo habría aprendido.
En aquel viaje comprendí que no era tan bueno para los idiomas como yo creía. Que debería haber escuchado más y haber hablado menos. Debería haber sido paciente, y haber esperado un par de días en el poblado, comportándome como un buen invitado, mientras aprendía sus usos y costumbres y, sobre todo, su idioma. 
Comprendí también que no fue mi carisma, ni mi inteligencia, ni mi fuerza lo que me abrió los corazones de aquella gente. Simplemente eran buenas personas con un corazón tan grande como para no dejar fuera de él a nadie. Les extrañó el comportamiento de aquel visitante, e intrigados le dieron un voto de confianza. Pensaban que escuchándome, tan convencido como parecía, aprenderían grandes cosas de un mundo que les resultaba extraño. 
Y lo que me guiaba no era pasión, sino locura. Resulta que no deje atrás a los jóvenes que me acompañaban, sino que prefirieron asegurar el camino, cuidando de que ningún depredador nocturno nos siguiera y nos pillase desprevenidos. Tan solo me estaban protegiendo. Y el joven que me pidió que no disparase resultó ser el nieto del anciano, y sabía perfectamente que yo allí no pintaba nada y que lo único que podía era hacer daño. Al león, al anciano, al poblado y a mi mismo.
Ellos sabían perfectamente el valor de cualquier vida, mucho más que nosotros en nuestro mundo civilizado, y estaban dispuestos a morir por salvar una si era necesario. Aunque ese no era el caso. Ya que aquel león era al que más quería el anciano. Y el león tan sólo se acercaba a él en busca de ayuda. O quizá en busca de unos brazos amigos en los que morir.
Porque el anciano no se fue a vivir con los leones para que le escuchasen, Ni para domarles. Y mucho menos para controlarles. El anciano se fue a vivir con ellos para aprender. Para respetarles. Y por eso ellos también le respetaban y confiaban en él.
Yo fui el cazador furtivo de esta historia y así se me recordará en aquel poblado. Me convertí en lo que más odiaba intentando demostrar... ahora ya no sé el qué. Pero aprendí, como casi siempre, de mis errores. Decidí colgar mi rifle e igualar el número de palabras escuchadas al de palabras dichas. Al menos. Y volví a aprender a aprender.
Después de aquello me volví a equivocar, una y mil veces. Pero pocos han sido los errores de los que me haya arrepentido tanto como de ese. 
Espero que el gran corazón de los habitantes del poblado les haya permitido seguir confiando en los extraños que les visitamos y no nos vean a todos como cazadores furtivos. Porque el peor daño que podría haber causado, a parte del evidente, es haber matado esa inocencia. Es haber apagado la sonrisa de aquellos niños que corrían. Y eran vida.

Dedicado a mis amigos. Y a algún desconocido.

Otra noche más sin soñar. Otra noche Lejos de Arcadia.

domingo, 23 de agosto de 2015

Mas extraño que la ficción

Ella vino rápido. Y se fue más rápido todavía. Los dos sabemos que es mejor así.
O no.
Lo que estoy seguro es de que hoy es el primer día del resto de nuestras vidas. Y hay que vivir.

Otra noche más sin soñar. Otra noche lejos de Arcadia.