lunes, 21 de septiembre de 2015

Botas de terciopelo

Se encontraron cuando el sol acababa de salir.
Vivían hacia poco tiempo en aquel pueblo, gris desde que llegaron tras dejar atrás todo. Nadie escucha a los niños cuando los mayores hablan. Y a veces las mayores lecciones pueden venir de ellos. Pero también, de las circunstancias más adversas, surgen las mejores historias.
Y vaya si fueron adversas, porque además de dejar atrás su pasado, les recibió una tormenta que duró una semana pero pareció durar un siglo.
Ella decidió ponerse sus botas nuevas de terciopelo y salir de la casa.
El habría salido descalzo, pero su padre le obligo a ponerse unas botas de goma.
Ambos se encontraron en mitad de la calle. Se miraron. Sonrieron. Y empezaron a correr. Dos niños, persiguiendo una mariposa, cuando aun olía a tierra mojada después de la última tormenta.Tras varios días sin poder salir de casa por la lluvia, solo vieron el arco iris y se olvidaron del barro y los charcos. Saltaron sobre ellos, y mancharon su ropa y sus botas. Las de ella, preciosas y delicadas, se empaparon rápidamente. Cada vez pesaban más y al final termino tropezando y lastimándose las manos y las rodillas.
El niño intento levantarla del suelo, a tirones. Ya se sabe como son los niños... impulsivos, en ocasiones irracionales y, porque no, algo brutos. La niña necesitaba estar unos segundos en el suelo, recuperándose. Y habría agradecido que alguien se quedase con ella, esperando. Sin embargo el niño solo veía el arco iris y tras unos minutos tirando de la niña, lo único que consiguió fue lastimar más sus rodillas.
La niña rompió a llorar, y el niño salió corriendo tras la mariposa. Había tenido una gran idea: quería cogerla y llevársela a la niña, para que parase de llorar. Ella no entendía porque el niño se había ido, si estaban jugando juntos. Y se quedó allí mirándole, esperando, y pensando en lo disgustada que estaría su madre cuando viese sus rodillas, sus manos y sus botas.
El niño consiguió coger a la mariposa. Cuando se acerco a la niña con sus manos envolviéndola, la niña le miro con atención, y en sus ojos volvió a aparecer un atisbo de ilusión. Las lagrimas aun asomaban en sus ojos, pero ella se alegraba de ver al niño, sin percatarse de que llevaba algo en las manos. El no se preocupo de como estaba ella, y nada más llegar abrió sus manos. Las mariposas son delicadas, y el niño de nuestra historia no lo fue. Ya no se movía. Pero lo importante para él era que había conseguido cogerla.
La niña se levantó y empezó a correr de nuevo. Pero esta vez las lagrimas eran de rabia, mientras volvía a la casa, con sus botas de terciopelo arruinadas y su ilusión herida de muerte.
El niño no entendía lo ocurrido. Frustrado dejo caer la mariposa en un charco, y salió corriendo hacia su casa, pensando que jamás volvería a ver esa niña, de botas y corazón de terciopelo. ¡Que tontas son las mariposas!, pensaba mientras daba un portazo y llenaba de barro y angustia el zaguán de su nueva casa, que en ese momento sintió menos suya.
Tras ese breve momento de luz, color y gozo las nubes volvieron a invadir el cielo. El sol dio paso a la sombra, y los niños tuvieron que volver a quedarse en casa. Ahora tenían menos ganas de salir, pero en el fondo sabían que, cuando pasase la tormenta, querrían volver a la calle. Y jugar. Solos, o con otros niños... pero siempre riendo y persiguiendo sueños, en forma de arco iris y mariposas.
Y así podría haber acabado la historia. Sin embargo un sutil aleteo entre el barro y la tormenta, eco de lo que pudo ser, regaló un punto y seguido. La mariposa no estaba muerta, solo aturdida. Levantó el vuelo y esperó guarecida a que dejase de llover y a que dos niños la persiguieran debajo del arco iris, con un penetrante olor a tierra mojada y a los sueños que están por venir.

Una noche más sin soñar. Otra noche, cerca de Arcadia.

martes, 8 de septiembre de 2015

Nuevas rutas. Ansiado destino.

- ¿Cómo van los trabajos de reparación de los motores?
- Parece que funcionan correctamente, Capitán. Al 100% de su capacidad.
- ¡Buen trabajo! Muchas gracias. ¿Y el timón? ¿Se han resuelto los problemas para fijar correctamente la dirección y dirigirnos a nuestro destino?
- Faltan unos retoques, pero creo que estará todo listo muy pronto
- Perfecto. Tómese el tiempo que necesite, pero asegúrese de que esta vez quede bien reparado
- Lo haré lo mejor que pueda.
- Eso es más que suficiente. Estoy seguro que el resultado será impecable
- ¡Gracias Capitán!
- ¿Y las velas por si fallan los motores? Quedaron destrozadas tras la última tormenta.

Los marineros, en perfecta sincronía, desplegaron unas hermosas velas tejidas en blanco y celeste. Parecía que emitían luz, aunque solo era el resplandor del poderoso sol que engalanaba el cielo aquella mañana.

- Sin palabras. Bueno, solo una: magníficas. Gran trabajo señores. - se aclaró la voz con un ligero carraspeo y continuó-  ¡Cartógrafo! ¿Señor Johnson?
- ¡Aquí estoy, mi Capitán!
- ¿Cómo va el trabajo con los mapas? ¿las cartas de navegación? ¿cree que los cielos estarán esta vez despejados, por si nos tienen que guiar las estrellas?
- Tengo la ruta casi preparada. Me falta concretar unos detalles con mis ayudantes, pero creo que un par de semanas podremos partir. Cuando la nave lo permita, claro está. Y... respecto al tiempo... es difícil aventurarse. La travesía se anuncia larga y no está carente de dificultades... De momento cielos despejados, sin previsión de tormenta... pero nunca se sabe.
- Llueva o truene estoy seguro de que con su ayuda - dijo dirigiéndose a todo su equipo -  superaremos todas las adversidades. Como siempre, gran trabajo caballeros. Gracias a todos. Un placer volver a alta mar con ustedes. Permitanme la confianza. Con vosotros, amigos míos.

Todos gritaron a la vez: ¡Gracias Capitán!

Todos no. Uno de los más jóvenes, alicaído, no encontró fuerzas para gritar.

- ¿Qué te ocurre marinero?

El muchacho se asustó al sentirse protagonista de una historia de la que, hasta el momento, no había sido ni secundario. Su primer impulso fue el de salir corriendo y abandonar el barco, presa del pánico y la culpabilidad... pero algo en las entrañas se lo impidió y le dio fuerzas para responder.

- Lo siento mi Capitán, pero no he podido terminar las tareas que me encomendó - dijo mientras nadaba a través de un torrente de miedos y dudas-  Es demasiado trabajo... fregar la cubierta, comprar víveres, las pequeñas reparaciones... - Por un momento parecía que las lágrimas iban a invadir sus ojos de niño- Se que mi labor es la menos importante... que cualquiera la puede llevar a cabo, pero...
- ¿Que estas diciendo Smith? - y es que en ningún barco puede faltar alguien con ese apellido.
El marinero quedó sorprendido al ver que el Capitán recordaba quien era..
- Tu trabajo es tanto o más importante como los otros. Pásame esa fregona. Entre los dos acabaremos antes.
- Pero... mi Capitan, usted no puede realizar este trabajo... es demasiado poco para usted y yo... quizá no he puesto suficiente empeño... reconozco que he sido algo perezoso... Por favor deme otra oportunidad, perdóneme... Yo
No le dejo terminar la frase, interrumpiéndole con energía, pero midiendo sus palabras para no hacerle sentir menos. Y con cariño. Siempre hablaba a sus hombres demostrándoles el aprecio que les tenía. O al menos lo intentaba.
- ¿Poco para mi, dices?  ¿Poco esfuerzo por tu parte? Poco es lo que estoy haciendo si descuido tu trabajo, que es clave. Si no tenemos víveres difícilmente podremos sobrevivir a este largo viaje. Si no limpiamos bien los restos de comida, que se esparcieron por cubierta tras la última tormenta, las ratas se multiplicarán, la podredumbre nos comerá, los alimentos se corromperán y finalmente sucumbiremos a la enfermedad... y a la muerte.
El marinero, con poca experiencia pero con mucha motivación, aunque atravesase un momento bajo, le escuchaba con los ojos muy abiertos.
- Y esas "pequeñas" reparaciones -dijo mientras enfatizaba y pronunciaba con una voz inusualmente aguda la palabra "pequeñas" -, como por ejemplo las de las barandillas y escalones, pueden provocar caídas, contusiones e incluso fracturas que nos retrasen y, sobre todo, que perjudiquen a uno de nuestros compañeros, o a nosotros mismos. O quien sabe, incluso alguien podría caer al mar en aguas infestadas de tiburones.
- Pero... - el miedo fue dejando paso a otra sensación que aun no podía identificar
- No se hable más. No solo debo hacerlo. Si puedo, Si quiero. ¿Estamos de acuerdo? - dijo en un tono más alto, y con una amplia sonrisa en su su rostro y sus ojos.
En ese momento, el joven sintió como la energía volvía a su ser, identifico ese nuevo sentimiento como confianza y, sin dudar, gritó con todas sus fuerzas.
- ¡Sí, mi Capitán!
Y todos sus compañeros acompañaron su grito, que seguro se escuchó hasta en su soñado destino. Aquellos que estaban ociosos se unieron al trabajo que, de menos, pasó a ser más.. Porque si no era el más importante, al menos era igual que los demás, aunque a veces se olvidase, eclipsado por el brillo de las velas. Y lo más grave era que lo olvidara incluso aquél experimentado Capitán.
- Señor Smith
- Sí, mi Capitán.
-  Por favor... acepte mis disculpas por no mencionar su trabajo en la lista de tareas pendientes. Ha sido un error que no se volverá a repetir - En esta ocasión volvió a utilizar intencionadamente "usted" en vez de "tú", para que quedase claro que era el Capitán el que se disculpaba.

El joven titubeó por un momento pero por última vez en toda la travesía y, entre tartamudeos, respondió.

- No... no hay de que disculparse Capitán. Lo entiendo perfectamente.... Mu... muchas gracias.
- Gracias a ti Smith.

Nuevas rutas. Antigua tripulación. Y también nueva. Todos y cada uno importantes. Porque un barco no es nada sin sus marineros. Ni sin su Capitán.

Esta vez sí, por fin, llegaran a buen puerto.

Otra noche más sin soñar. Esta noche... más cerca de Arcadia.

martes, 1 de septiembre de 2015

Puertas abiertas (II)


Hace ya unos cuantos años comencé este blog con un objetivo incierto. Como en alguna de mis entradas argumento... ¿por qué siempre hay que tener un motivo? 
Sin embargo, mucho tiempo después, he averiguado que, aunque no había causa, la consecuencia principal de este blog ha sido conocerme más a mi mismo. Es cierto que he querido compartir ideas, historias, sueños y, porque no, tonterías. Con amigos y extraños. A veces, muchas, con un trasfondo más o menos personal, disfrazado de falsa ficción. De esas historias que, quien sabe de que va la cosa, no necesita mucho más para entender. Otras, simplemente ideas o conceptos que he querido transmitir, con mejor o peor acierto. Pero casi siempre con mi mejor intención.
De manera recurrente me sorprendo a mi mismo releyendo mis entradas en lo que es ya un trocito de mi. No puedo evitarlo, me gusta leerme. Es fácil pensar que soy un poco egocéntrico. Mentiría si lo negase rotundamente, si bien dudo bastante que sea mi peor o más grave defecto. Pero la realidad de porque me leo, y porque me gusta hacerlo, es porque me resulta un ejercicio de introspección retrospectiva que me permite conocerme más a mi mismo, y reaprender lo que, en muchas ocasiones, me empeño en olvidar. Pero del olvido, y sus bondades e inconvenientes ya hablaremos en posteriores entradas.
Por otro lado, siempre me han gustado las historias contadas de manera distinta. Me gustan las historias circulares, porque creo firmemente que la vida, dividida en pequeños momentos o vista como un todo, no deja de ser un ciclo continuo que nunca deja de girar. Que no es lo mismo que repetirse, porque cada momento es único.
Es por estos motivos que he querido darle una segunda parte a Puertas Abiertas. Quizá sea porque me siento por dentro y por fuera de una manera muy parecida a entonces. El ciclo llega a su fin o, mejor dicho, vuelve a comenzar una nueva vuelta que espero que en esta ocasión discurra de una manera más lenta y me permita disfrutar más del camino.
En cualquier caso... me siento feliz. Porque he aprendido mucho a lo largo de estos años, y creo que me he convertido en una mejor persona. Suena presuntuoso, y pido disculpas si alguien piensa que no es así, pero puedo asegurar que cada día me esfuerzo para dejar en este mundo un poquito más de lo que me llevo. A veces lo consigo, y a veces no, pero, no se porqué, cada día me siento más agradecido.
En este ejercicio de intentar conocer mi futuro revisando mi pasado, he descubierto que sigo siendo el mismo... y a la vez no me parezco en casi nada. Esto que parece un galimatías a simple lectura intentaré también explicarlo en próximas entradas, ya sea con reflexiones escritas en voz alta, o con historias que intenten disimular la timidez que habitualmente siento al expresar mis pensamientos, ideas y sentimientos. 
De momento puedo decir que, en esta nueva vuelta de la noria de mi vida, no solo veo puertas abiertas a nuevos mundos... apasionantes caminos que recorrer, viajes, que es lo que es la vida. Gente, increíble, toda... aquella con la que me cruzo y la que me falta por encontrar.
En este momento me he dado cuenta de que, si el mundo me abre puertas yo también debo abrir las mías.  Y dejarlas abiertas, y tirar las llaves bien lejos. Por los nuevos visitantes, futuros amigos. O por los viejos que apetezcan de volver.
Por eso la vuelta a este blog. Y  el volver a sacarlo a la luz, después de dejarle coger polvo en una balda olvidada de mi armario de experiencias. Un blog en el que, en ocasiones, he pecado de intentar sacar la lagrima fácil. Y reconozco que a veces, aunque pocas, con intenciones. Pero ahora toca lo contrario. Toca sacar la sonrisa. Toca compartir lo que he aprendido. Las maravillas que me he encontrado, en forma de grandes amigos, una maravillosa familia, un trabajo fantástico en el que puedo crear y ayudar, dos ahijados que quiero con locura... y un futuro incierto, pero sin duda apasionante, que a cada minuto se convierte en presente y no me deja de sorprender.
Ya de paso os invito también a mis otros dos blogs, uno en proceso de creación y otro que espero revitalizar pronto. Cine, series, teatro y quizá música el primero y senderismo el segundo. Los enlaces los puedes encontrar en el margen derecho de esta página o abajo del todo si lo ves desde el movil. Veremos como andamos de tiempo.

Bienvenido visitante. Si has cruzado estas puertas espero que sea para quedarte. Porque aquel que quiere quedarse lo tiene fácil conmigo. Y espero que lo hagas. Porque tengo mucho que aprender de ti.
Si eres curioso y navegas a la deriva por los distintos textos que te ofrezco, disfrútalos (o súfrelos) y juzgalos consecuentemente, contextualizándolos en su momento. Ha pasado mucho tiempo desde que escribi muchos de ellos y, aunque en el fondo no he cambiado mucho, si lo he hecho en la forma. Te los ofrezco tal cual fueron, ya que modificarlos o borrarlos, desvirtuarían sus motivos.
Disculpa mi enrevesada forma de escribir a veces. Mis frases inacabables y mi redacción pretenciosa. Y siéntete libre de comentar y criticar, ya que uno de mis hobbies abandonados es escribir y me gustaría mejorar.

Y sobre todo: Gracias por venir.

martes, 25 de agosto de 2015

Lost in traslation

Recuerdo que en uno de mis muchos viajes el destino me llevo a un pueblo perdido en medio de África. Muchas han sido mis andanzas, aventuras y desventuras... tropiezos y vueltas a comenzar. Por suerte tengo unos pies hechos para andar, y siempre encontré mi respuesta en seguir caminando. Pero por más que me aleje jamás podré olvidar al anciano que conocí en aquél poblado.
Las historias decían que fue domador de leones. Que no había ni uno solo de esos animales a los que no supiera, de un modo u otro, apaciguar. Decían que, en su larga vida, ni una sola de las bestias con las que se había cruzado le habían hecho un rasguño. 
Yo, intrigado, partí hacia el pueblo sin conocer nada de su idioma ni su cultura, contando con que, con mi gran experiencia en la vida, rápidamente conseguiría entender y aprender aquello que buscaba, si le ponía suficiente corazón. Me costó menos de lo que pensaba encontrar el poblado. Al fin y al cabo estaba al alcance de la vista de cualquiera que supiera mirar. A lo lejos, en la llanura, pude ver la figura de varios leones, y mi ansia por conocer al anciano crecía al admirar sus poderosas figuras. Tal fue mi impaciencia que al llegar, sin apenas presentarme, y cumplir con las formalidades requeridas al visitar casa ajena, me dirigí directamente al jefe del poblado a preguntarle por la dirección del anciano. 
Curiosamente, gracias a mi osadía, fui aceptado por la gente del pueblo. Un pueblo humilde, pobre... pero hermoso. Y rico, en la calidez y calidad de sus gentes, y las sonrisas de los niños que iluminaban sus rincones. En aquel momento yo, viajero infatigable, conocedor y conocido en mil destinos, achaqué aquel acogimiento a mi gran carisma y presteza. No me paré a escuchar a nadie, pero por el camino entregué a los niños dulces y a los mayores regalos, chucherías de mi mundo pero grandes tesoros en el suyo. 
La gran cantidad de destinos que habían adornado hasta entonces mi camino, me dotaron de una gran capacidad a la hora de aprender nuevas lenguas. Me bastó con unas horas para lograr entenderme con el líder del poblado, que me indicó como llegar a la casa del anciano sin poner ninguna objeción, pero advirtiéndome de los peligros que podía encontrarme en el camino. Los amables lugareños me invitaron a pasar una o varias noches antes de partir, pero yo sabía que el anciano era viejo y que en cualquier momento podría morir. Cada segundo contaba. Solo me interesaba su historia, y estaba deslumbrado por saber como aquel sabio controlaba a los leones. 
Por lo tanto, en cuanto supe como llegar a donde vivía, ya que aquel hombre abandonó el poblado hacía años y se fue a vivir entre aquellos que le escuchaban, quise partir hacia allí. Me advirtieron que se tardaba cerca de media jornada a pie en llegar a su cabaña, pero aun así insistí en salir a media tarde. Además, llevaba mi rifle a la espalda para defenderme de eventuales contratiempos, aunque como siempre, esperaba no tener que usarlo. Les produje tan buen efecto a los jóvenes del poblado que dos de ellos se ofrecieron a acompañarme, por si era necesario hacer noche. Y yo accedí, pero a cambio tuvieron que escucharme todo el camino vanagloriarme sobre mi gran orientación y convencimiento sobre cosas obvias de la vida. Ellos, sin embargo, me pagaron con buenos oídos, lo cual no hizo más que crecerme y afianzar mi postura. Además, eso me confirmo mis grandes dotes para el lenguaje, ya que con pocas palabras era capaz de transmitir mis ideas y convencerlos. Porque sin duda estaban convencidos. Ellos hacían pocas observaciones, a mis oídos desacertadas, todas ellas encaminadas tan solo a frenar la pasión que tan sabiamente me dirigía. 
Como era de esperar empezó a caer la noche, y lo que comenzó como una simple travesía, se convirtió en una carrera contra el sol. Mis compañeros insistieron en parar en refugio seguro, descansar y continuar la marcha al día siguiente. Para mi eso solo era un reto más. Yo podía conseguirlo, solo o acompañado, y al final les deje atrás, gracias a mi fuerza y coraje. No se porque algo me decía que tenía que llegar lo antes posible. Se me cruzó por la cabeza que quizá el anciano, con tantos años a sus espaldas, pudiese haber perdido parte de su capacidad, y finalmente fuese atacado por uno de sus leones. Y así fue como llegué, exhausto, con la noche invadiendo la sabana mientras solo yo iluminaba mi camino, El viejo no estaba en la casa, y me temí lo peor. Sin conocer a penas el terreno, me adentré en la oscuridad y una vez más me costó poco encontrarlo. ¡Qué dones se me habían concedido! Nadie ni nada podía pararme y no necesitaba ayuda.
Sin embargo yo sabía que muchos si que necesitaban mi ayuda, y estaba ansioso por prestarla. Lo pidieran o no. Al fin y al cabo yo sabía muy bien lo que era no pedir ayuda aunque a veces, lo reconocía ya incluso entonces, la hubiera necesitado. Y allí me encontré con el viejo, y con mis peores suposiciones,. Se encontraba acorralado por un león herido, sin duda por algún cazador furtivo sin escrúpulos. Siempre odié a los cazadores furtivos, y nunca gusté de dañar a los animales, pero en aquel momento mi prioridad era salvar a aquel sabio de aquella encrucijada. Sin ninguna duda era el destino. Yo estaba allí por algo. Salvaría al anciano y el me transmitiría todo su conocimiento para que no se perdiera en el tiempo. Me acerque a paso ligero, mientras sacaba mi rifle para terminar con el sufrimiento del animal, que se acercaba cada vez más al anciano que, en su locura senil, parecía tranquilo. Cuando me vio comenzó a gritar en aquel idioma que tan bien conocía, y enseguida entendí que me pedía ayuda y que por favor matase a la bestia con mi rifle ya que, una vez herida, no podía ser controlada. Justo cuando iba a disparar oí a lo lejos voces. Eran mis compañeros de viaje que, a pesar de todo, habían seguido el camino. Supuse que mi ahínco les había inspirado para seguirme hasta allí. Solo logré entender lo que decía uno de ellos, pidiéndome por favor que no disparase al animal. Yo no entendí el motivo. Mi mente, siempre rápida, enseguida hizo mil conjeturas, pero sin duda la correcta era que, para aquella tribu, valía más la vida de un león que de un anciano, con cien años, a punto de morir. Además, no habían visto que el león ya estaba malherido y que probablemente moriría si no era atendido. No entendían como yo, venido de una tierra mucho más civilizada, la importancia de una vida humana y, sobre todo, del conocimiento. 
Por lo tanto, sin dudar, dispare el rifle acabando con la vida del león y me quede esperando los agradecimientos que tanto me merecía y, por supuesto, el conocimiento para domar leones.
Pocos minutos bastaron para que empezase a comprender mi error. O más bien, todos mis errores. Aquel anciano cayó derrumbado junto a la fiera mientras las lagrimas inundaban sus ojos. La alegría de los jóvenes casi se tornó en furia, pero aun así me preguntaron apartando su rabia que porque había disparado al león. Yo les expliqué, perplejo pero aún convencido, lo que el anciano me había dicho y entre gritos ellos me respondieron que había entendido justo lo contrario. El anciano quería que me alejase y le dejase solo, ya que el olor de la pólvora de mi rifle estaba poniendo nervioso al león. 
No fui recibido con felicitaciones ni vítores en el poblado. Aún así los habitantes me recibieron con educación y me dejaron pasar la noche. Y al día siguiente me invitaron a marchar y a no volver.
Por supuesto no aprendí como domar leones. Pero tampoco lo habría aprendido.
En aquel viaje comprendí que no era tan bueno para los idiomas como yo creía. Que debería haber escuchado más y haber hablado menos. Debería haber sido paciente, y haber esperado un par de días en el poblado, comportándome como un buen invitado, mientras aprendía sus usos y costumbres y, sobre todo, su idioma. 
Comprendí también que no fue mi carisma, ni mi inteligencia, ni mi fuerza lo que me abrió los corazones de aquella gente. Simplemente eran buenas personas con un corazón tan grande como para no dejar fuera de él a nadie. Les extrañó el comportamiento de aquel visitante, e intrigados le dieron un voto de confianza. Pensaban que escuchándome, tan convencido como parecía, aprenderían grandes cosas de un mundo que les resultaba extraño. 
Y lo que me guiaba no era pasión, sino locura. Resulta que no deje atrás a los jóvenes que me acompañaban, sino que prefirieron asegurar el camino, cuidando de que ningún depredador nocturno nos siguiera y nos pillase desprevenidos. Tan solo me estaban protegiendo. Y el joven que me pidió que no disparase resultó ser el nieto del anciano, y sabía perfectamente que yo allí no pintaba nada y que lo único que podía era hacer daño. Al león, al anciano, al poblado y a mi mismo.
Ellos sabían perfectamente el valor de cualquier vida, mucho más que nosotros en nuestro mundo civilizado, y estaban dispuestos a morir por salvar una si era necesario. Aunque ese no era el caso. Ya que aquel león era al que más quería el anciano. Y el león tan sólo se acercaba a él en busca de ayuda. O quizá en busca de unos brazos amigos en los que morir.
Porque el anciano no se fue a vivir con los leones para que le escuchasen, Ni para domarles. Y mucho menos para controlarles. El anciano se fue a vivir con ellos para aprender. Para respetarles. Y por eso ellos también le respetaban y confiaban en él.
Yo fui el cazador furtivo de esta historia y así se me recordará en aquel poblado. Me convertí en lo que más odiaba intentando demostrar... ahora ya no sé el qué. Pero aprendí, como casi siempre, de mis errores. Decidí colgar mi rifle e igualar el número de palabras escuchadas al de palabras dichas. Al menos. Y volví a aprender a aprender.
Después de aquello me volví a equivocar, una y mil veces. Pero pocos han sido los errores de los que me haya arrepentido tanto como de ese. 
Espero que el gran corazón de los habitantes del poblado les haya permitido seguir confiando en los extraños que les visitamos y no nos vean a todos como cazadores furtivos. Porque el peor daño que podría haber causado, a parte del evidente, es haber matado esa inocencia. Es haber apagado la sonrisa de aquellos niños que corrían. Y eran vida.

Dedicado a mis amigos. Y a algún desconocido.

Otra noche más sin soñar. Otra noche Lejos de Arcadia.

domingo, 23 de agosto de 2015

Mas extraño que la ficción

Ella vino rápido. Y se fue más rápido todavía. Los dos sabemos que es mejor así.
O no.
Lo que estoy seguro es de que hoy es el primer día del resto de nuestras vidas. Y hay que vivir.

Otra noche más sin soñar. Otra noche lejos de Arcadia.

jueves, 7 de enero de 2010

Pasado

El pasado es un pesado bagaje que hemos de arrastrar con nosotros. Según vamos viviendo, esa carga se hace más pesada, y más dificil de arrastrar. Es dificil vaciar la maleta y empezar de nuevo, pero es la única manera de continuar nuestro viaje.

Algún día emprenderemos el último viaje. En ese viaje volveremos a llenar esa maleta, hasta tal punto que no podremos moverla. Pero no importará. Ese será el momento en que el pasado se funda con el presente, y ambos construyan un futuro.

Porque todos hemos querido en más de una ocasión dejar atrás nuestro pasado. Pero en realidad, lo que queremos, es construir un nuevo pasado que se quede. Para siempre.

Otra noche más sin soñar. Otra noche lejos de Arcadia.

martes, 29 de diciembre de 2009

Sinfonias de la mañana

Recurrentes escenas acuden a mi mente, conformando una peculiar sinfonía cada mañana. Desordenadas e inconexas, llenan unos cuantos minutos del comienzo del día, cuando aun el sueño se mezcla con la realidad. Diferenciarlo se me antoja dificil, así que recurro a la más sencilla y veraz de las pruebas: intentar tocar lo que veo con la punta de mis dedos. Acto sufiente para romper en mil pedazos lo que resultó ser ilusión, y devolverme de bruces a la realidad. Una realidad conmigo y sin ti, en la que ya ni yo mismo me encuentro.
Aun resuena en mis tímpanos el sonido de aquel piano que, algunas mañanas, me sacaba de mis sueños para arrojarme en otro. Esas notas conformaban una melodía que bien podía haberse llamado felicidad. Tu y yo, eso nos bastaba. Y ya podía el mundo acabarse, que nosotros teníamos la certeza de continuar.
Cuando ahora alzo la mano intentando acariciar tu rostro con mis dedos, el sonido estalla en mil pedazos, clavandose en mis timpanos mil agujas que lloran sangre. Porque aquel momento en que te fuiste, transformó aquella sinfonía en un triste requiem que me persigue, cargando de angustia el aire que respiro, que encharca mis pulmones de un hedor que me hace vomitar tristeza.
En realidad nunca hubo música al amanecer. Aquel piano siempre fue mudo. La música era tenerte. Sinfonías en la mañana, revueltas entre sábanas, sudor y esperanzas, que construimos juntos y que hoy son ruinas de un pasado que, como siempre, fue mejor. Unas ruinas que me empeño en visitar, pero solo son piedras. Aunque si las toco, aun me parece que vibrán con aquella sinfonía de la mañana.
Atronador llegó el silencio, que finalmente se transformó en la lúgubre melodía que ahora es mi vida. Porqué sin ti no soy yo, y ahora debo reinventarme, componerme una vez más. Pero por más que lo intento solo desafino, y vuelvo a tocar esas notas afiladas como cuchillas, que desgarran alma y carne. Cada vez los pedazos son más pequeños. Cada vez es más grande el miedo a no poder recomponerlos.
Quiero volver a oir esa cálida melodía, dulce y templada, de equilibrio colmada y de infinitos sonidos y sutiles silencios. No los prolongados silencios que ahora ensordecen mi vida. Sino aquellos complices momentos, preambulo de nuevos sonidos, armoniosos y rítmicos, que parezcan prolongarse hasta la eternidad.

Otra noche más sin soñar, otra noche Lejos de Arcadia.