martes, 15 de diciembre de 2009

Papel mojado

Mientras la oscuridad se cernía sobre mi, sabía que el momento había llegado. Esa noche me había dirigido a aquel almacén con el objetivo de finalizar mi busqueda. Sabía que, inexorablemente, allí me reuniría con mi destino, fuera cual fuera. El viejo suelo, conformado por unos inconexos tablones de madera, arqueados por la humedad del puerto, crujia a mi paso. Parecía que estuvise pisando papel mojado, como aquel en el que se convirtieron todos los indicios de mi investigación cuando me encontré contigo. Aquella mañana yo estaba en mi despacho. No me podía imaginar que aparecerías enfundada en ese vestido rojo que no logro sacar de mi mente. Tus rasgos, mestizos y exóticos, estaban manchados de lagrimas negras que recorrían tu rostro. Supe que tu visita significaba problemas, pero a esas alturas tenía tantos que no le di importancia. Tu nombre emanaba misterio, y nunca supe si lo había escrito bien. Hasta que recibí aquella nota.
Solo te vi en esa ocasión. Te busque en todas las calles de esta enorme ciudad, con la certeza de que los temores que me transmitiste aquella tarde eran ciertos. Jamás pensé que esta maldita ciudad fuese tan grande hasta que te conocí. Solo pude encontrarte en mis pensamientos, de los cuales no lograba apartarte, mientras me preguntaba una y otra vez porqué te dejé partir. Y por más que reuní información, lo único que consegui es forrar las paredes de mi apartamento con más papel mojado, que me conducía a mil lugares, pero a ninguno. Hasta que recibí aquella nota.
Tu nombre, una dirección y una advertencia. Yo sabía que era una trampa. Hasta un niño de ocho años sabría que era una trampa. Pero allí estaba, dispuesto a enfrentarme a mi destino, con mi vieja Colt 1911, y el lastimero objetivo de encontrarte y sacarte de aquel agujero. Mi patético plan no presagiaba nada bueno, pero merecía la pena. Tenía que hacerlo, secar esas oscuras lágrimas y mentirte una última vez, al decirte que todo saldría bien.
Aquella noche no logré salir de allí. Esperaba encontrar mi muerte, y en cierto modo así fue. Pero mi condena fue mucho mayor. Desde aquel momento, en que te vi yacer en el suelo, sin vida y atrozmente violada, mi mente quedo encerrada en aquel siniestro lugar. La tapa de la alcantarilla se cerró, y mi alma quedo atrapada en esa podredumbre, mientras mi cuerpo vagaba una vez más por esta enorme ciudad buscando al responsable de tu muerte.
Jamás podré olvidar tu rostro, teñido de lagrimas rojas. No pude secarlas. Y ahora no puedo secar las mias. Caí en la trampa, pero no en aquel almacén. Me la tendiste tu. Al entrar en mi vida, tan fugaz y efimera, me atrapaste en una red intangible pero tan real como mil cadenas. Me asfixio bajo ellas mientras lucho por seguir cada día, empapelando con papel mojado las paredes de mi vida. Cosechando la esperanza vana de hallar mi redención cuando encuentre un culpable. Pero se que ya no hay salvación para mi. Cumpliré mi condena y pasaré la eternidad en este almacén, mientras la humedad corroe hasta el último gramo de mi alma.

Otra noche más sin soñar. Otra noche lejos de Arcadia

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