martes, 22 de diciembre de 2009

Vagabundo

Mi nave recorre mil mares. Todos iguales. Se reducen a olas, viento, sol y tormentas. He olvidado cuando partí, y eso no me importa. No se a donde voy, pero eso no me preocupa. Me asusta no recordar de donde vengo. He descubierto que viajo en busca de un lugar donde regresar.

Un faro, a lo lejos. Su tenue luz casi deslumbra en la negrura de la noche. Huele a hogar. Quizá una ilusión. Es breve. Se apaga. Se desvanece.

Pasan los días. Navego a la deriva. Estuve tan cerca de la costa y la perdí. La luz se apagó y decidí soltar el timón, replegar las velas, y dejar que mi barco cabalgase en libertad sobre la pradera de olas. Me siento perdido, y me encuentro tratando de llenar mi vida incompleta de días completos. Desafiando al tiempo y a la razón, convirtiendo los minutos en horas, exigiendole veinticinco horas al día, fundiendo la noche con la mañana. Viviendo cada día como si no existiera nada más. Solo el presente, el hoy, el ahora.

Soledad. Navegar a la deriva es lo único que me ha dejado. Me siento a pensar, mirando el atardecer. Atardecer de mi vida. Ha llegado el momento de izar las velas de nuevo, de organizar todo el trabajo que tengo que hacer. He tenido suerte. No he estrellado mi velero contra ninguna roca, mientras deliraba en cubierta en oscuras noches olvidadas. Espero estar a tiempo de encontrar aquel faro. U otro, no importa. Pero esta vez lo haré bien. No dejaré que la corriente me arrastre, aunque sea tentador dejar pasar las horas, sintiendo la brisa en mi cara. Navegaré, como lo hice otras veces. Y encontraré mi camino de vuelta a casa, de vuelta a ninguna parte. Encontraré un hogar al que pueda volver de mi viaje.

Otra noche más sin soñar. Otra noche Lejos de Arcadia

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