lunes, 2 de julio de 2007

En la otra orilla


El leve murmullo del fluir del agua nos acompaña, mientras caminamos escoltados por una guardia de álamos. Los años han pasado, pero invariablemente hemos descendido a la orilla del Duero. Hasta hace unos años juntos. Desde aquella fatídica mañana, tu en una orilla y yo en la otra. Yo te veo, siempre, como antes lo hacíamos. Dedicando unos minutos del día, ya queme el sol o hiele los huesos el frío del invierno de estas sorianas tierras. Incluso en los días mas duros de enero, cuando el río parece no fluir, y se congela. Pero solo en su superficie, ya que incluso las peores condiciones no son capaces de vencer la fuerza del río, aunque pueda parecerlo.

Muchos dirían, que hace ya dieciséis largos años, nuestro amor se congeló. Que ya no fluye. Sin embargo ahí estas tu, cada día, como buscándome entre las ramas, anhelando, casi sintiendo, la suavidad de mis manos asiendo tu brazo derecho. Suplicando al viento que una brisa casual acaricie tus agrietados labios, permitiéndote imaginar que son los míos, regalándote una íntima caricia.
Yo te observo desde la otra orilla. Y deseo cruzar el río congelado, destrozar la capa de hielo que nos aísla, y regalarte no uno, sino miles de besos que te debo. Uno por cada vez que bajaste hasta la ermita, buscando nuestros nombres grabados en la corteza de unos árboles, que se empeñan cada año en ponértelo mas difícil, elevando unos centímetros el testimonio de nuestro amor. Uno por cada vez que soñaste conmigo, y despertaste empapado en sudor y abrazado a una almohada que trataba de rellenar el vacío que yo te dejé. Uno por cada vez que pensaste en mi, al observar nuestro amado río, desde lo alto del Mirón. Uno por cada vez que deseaste cruzar su cauce, para unirte conmigo al otro lado, y pasar la eternidad juntos.

Hoy, sin embargo, algo distinto ocurre. Se vislumbra el final del camino. Ahí estas, como siempre, escudriñando entre las ramas, deseando encontrarme al otro lado del río, esperándote. Como siempre he hecho. Tu nunca me has visto, porque el hielo que cubre nuestro río ha enturbiado las cristalinas aguas de nuestro amor. Pero hoy, en tu mirada de niño, he visto el brillo que solo tienen los ojos de un loco. Me pareció verme reflejada en una lágrima, que cayo por tu mejilla mientras comenzabas a andar hacia mi. El hielo, más fino de lo que parece a simple vista, cruje a cada paso que das, entonando un grito desgarrador, que se funde con el tuyo, que quiere llamarme. Aunque no puedes, porque tu voz se resquebraja, al igual que el hielo que nos separa. Lo atraviesas con paso firme y cede. Frente a ti y bajo tus pies. Te hundes, pero no luchas. Porque en realidad sigues avanzando. Mientras la vida se escapa de tus viejos huesos, sigues acercándote a mi, ya no andando, si no corriendo, como aquel crío incapaz aun de contener sus emociones. Cada vez te sientes más débil, tu corazón casi se ha parado, enlentecido por un frío que no congela un río, pero que te arrastra hacia la otra orilla, donde estoy yo. Un latido. El último. Y un brazo, que aparece entre las aguas y te ayuda a salir. En la otra orilla, donde por fin me encuentras. Joven, como cuando la muerte me arranco de tu lado. Llorando tu muerte. De alegría. Por volver a tenerte.

2 comentarios:

Yakel dijo...

Tio, escribes mucho y bien, pero a veces (muchas) resultas farragoso (y que yo te diga eso, escribiendo como escribo yo :PPPP, jejeje).

Anda retorna al mundo de los blogs mortales.

Todo esto con cariño.

TERIYAKIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIIII
(el miercoles sin excusa).

Besos y abrazos

Seth dijo...

Prrrrrrtz :P

(Pedo de Dios inmortal)