domingo, 10 de junio de 2007

De Liu y otras princesas



Que nadie duerma. En el jardín de palacio era lo único que se escuchaba aquella noche, en la que un sentimiento, mezcla de alegría, miedo y incertidumbre, invadía cada uno de los rincones. Él había aparecido. El principe anhelado, que conseguiría derretir el hielo en el que Turandot había sepultado su corazón. Pero no todo iba a ser tan facil. A pesar de que él había superado todas las pruebas, a pesar de que había vencido todos los desafíos que se le habían propuesto, el más dificil, el de llegar al corazón de su amada, aún no lo había conseguido. Calaf, nombre que aun desconocían todos los siervos de la princesa, había demostrado que su amor por ella estaba lejos de toda duda, pero la orgullosa Turandot se resistía a ser amada, quizá por culpa de algún otro principe que no resulto serlo, y que en el pasado congeló su corazón.
Él, tentado por mujeres, oro y placeres, era consciente de su único deseo: compartir un solo momento con su amada, descubrirle sus sentimientos y poder, al fin, derretir el hielo de Turandot o morir congelado. El pánico se fue adueñando de la gente de Pekín, que temían el caracter inflamable de Turandot, y Calaf tuvo que enfrentarse a todos ellos, exigiendo, pidiendo o suplicando... A él le daba igual, mientras pudiese acercarse a su amada. Reinos, riquezas, placeres... todos quedaban eclipsados. Todos desaparecían, ya que al compararlos con el amor que el sentía erán ridiculos. El diamante más brillante parecía el más vulgar guijarro. El oro más puro era simple bisutería. La jalea y ambrosía amargaban en su boca, que soñaba con otro manjar más dulce.
Una muerte, injusta. Una más. De un alma pura, y bella. Amantísima de Calaf, su amo, protegiendole del mismo destino. El nombre que los oradores y cuentacuentos olvidaran. Liu. La que realmente ablandó el corazón de Turandot, al morir sacrificada en pos de un sentimiento mayor que ella. Liu bonta. Liu dolcezza. Liu, princesa. Su alma, no está enfadada. No está triste. No maldice a sus verdugos, como ellos creen, mientras le piden perdon atormentados. Ya que ellá murió amando, y no hay muerte más dulce que esa. Sufren más los que viven, que los que mueren, si lo hacen amando. Y siendo amados.
Turandot se rinde. Turandot se derrite. Turandot acepta la posibilidad de que alguien la quiera. Por lo que es. Por su esencia. Porque el amor le rebosa. Un beso, largo, apasionado. Y una entrega, total, la de Calaf, que al revelarse pone en peligro su vida, ante la impasible Turandot. Pero ella ya ha cambiado. Ha sentido el calor que emana el corazón de aquel del que tanto huyó. Y las muertes, de cientos. Y el sacrificio de Liu. Ya a nadie le importan, porque triunfó el amor.
Pero, ¿por qué hay que esperar siempre tanto para que triunfe el amor? ¿Cuantas Turandot hay, dispuestas a sacrificar a cientos, en pos de uno que quizá, ya está ahí? ¿Cuantas Liu desaparecerán de la memoria?
Al menos aun quedan finales felices. Por ellos.
Una noche mas sin soñar. Una noche más lejos de Arcadia.

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