viernes, 29 de junio de 2007

Escarcha (II)

Aclaración: este es un relato que estoy escribiendo por partes. Lo hago de manera desordenada y más o menos improvisada, pero detrás de todo hay un sentido. Por eso recomiendo leerlo en el orden que los he escrito, aunque el orden real de los acontecimientos esta entre paréntesis. Primero se debería leer:

http://lejosdearcadia.blogspot.com/2007/06/escarcha-iii.html
http://lejosdearcadia.blogspot.com/2007/06/escarcha-i.html


Gracias.


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Decir que no me apasiona mi trabajo sería un eufemismo demasiado benévolo e inmerecido para este conglomerado de hormigón, metal y vidrio opaco que llamo oficina. Cada día me cuesta más atravesar las puertas automáticas, que llevan meses estropeadas, y adaptarme al olor a rutina y desinfectante que desprenden el suelo y las paredes. A los ojos de un visitante esporádico, o mejor dicho, al olfato, el ambiente es inmejorable. Sobrio, todo perfectamente colocado y con un olor a limpio que invita a confiar en nosotros como guardianes de los sueños de los demás. Sueños, en forma de dinero, que nosotros convertimos en inversiones. Un matadero de sueños, es quizá lo que mejor define a este, mi segundo hogar.

Por fortuna no estoy a solas con mi nausea. Entre cientos de robots, cuya alma ha sido amputada tras años de matar sueños, aun quedamos un pequeño reducto de corderos, que están en vías del sacrificio.

- Buenos días
- Hola... que tal?

Puede parecer una conversación banal, pero es difícil imaginar lo esperanzadora que resulta, ante la dolorosa indiferencia del resto de compañeros.

- Bien, algo cansado. He salido a correr por la mañana – bromeo con un chiste que solo yo entiendo
- ¿Te has enterado que se ha suspendido la reunión con los japoneses?
- Mejor. Así podemos tomar un café
- ¿Por qué no invitas a la rubia nueva? He notado que te mira con unos ojillos...
- Ja. No creo que a mi chica le hiciese mucha gracia

A mi no me engaña. Lleva semanas tratando de liarme con alguna. Primero fue la chica de las fotocopias. Luego aquella camarera del Plaza. Y ahora la rubia nueva. Siempre he notado que le gustaba mi mujer, pero de ahí a que trate de sembrar cizaña entre nosotros hay un abismo. Sabe de nuestros problemas y quiere aprovechar el momento. ¿Hay algo más ruin?

- Pero... yo creo que no le importaría – Me responde sin ocultar la ansiedad en su mirada
- ¿Qué estas diciendo? ¿No crees que estas yendo demasiado lejos? – mi tono se tinta más de ira a cada palabra que digo.

Noto que su cara cambia. Me rehuye la mirada y comienza lo que parece un tartamudeo culpable que no construye ninguna palabra. Me doy cuenta de que le agarro por la solapa, mientras un murmullo acuciante abarrota todos los recovecos de mi mente.

- Esta loco
- Pobrecillo
- Deberían echarle
- O encerrarle

- Silencio – Una voz clara y fuerte interrumpe el torbellino, justo antes de vencerme ante él y comenzar a golpear la cara de mi desafortunado interlocutor – Todos a seguir trabajando

Nos dirigimos a su despacho. El jefe de personal siempre ha sabido lidiar con sus empleados, siendo justo y razonable, lo cual le ha granjeado una gran confianza y respeto.

- ¿Se puede saber que te pasa?
- A mi nada. Solo que hay gente que no tiene sentido de la propiedad
- Explícate
- Verá... mi mujer y yo no estamos pasando una buena racha – el gesto de su cara cambia. Juraría que me está compadeciendo – y parece que hay algunos que quieren aprovechar el momento para robármela
- Entiendo. No es un tema sencillo desde luego – mide sus palabras - Pero, respecto a tu mujer...
- ¿Qué? – le interrumpo una frase que se que no va a terminar de todas maneras
- Mira, lo mejor es que te tomes el resto del día libre. ¿Tienes cita hoy con Cifuentes?
- A las 2
- ¿Y que tal llevas el tratamiento?
- Mucho mejor. He dejado de tomar los ansiolíticos, no creo que los necesite.
- Ya veo. Bueno, será mejor que le comentes lo ocurrido hoy y tu decisión de interrumpir la medicación.

Me sorprende que se muestre tan paternal. Generalmente es más distante con todo el mundo. No me disgusta, pero es bastante raro. No se como tomármelo. Aunque me siento más tranquilo, hablar de este tema me ha vuelto a revolver las tripas. Necesito salir de ahí. Será mejor hacerle caso.

- Sí, se lo comentaré. ¿Le importa que me marche?

Sin escuchar su respuesta, que sé que es positiva, abandono la estancia apresuradamente y sin recoger ni mi maletín me dirijo aparatosamente hacia la salida. Me siento observado, aunque ya no escucho el murmullo. A lo lejos veo la solapa de antes, medio escondida tras un ficus. No merece la pena. Ahora lo prioritario es salir a la calle y tomar una bocanada de aire contaminado, pero más puro que el alquitrán en que se ha tornado el de la oficina. Cuando abandono el edificio reparo en que hay unos operarios arreglando las puertas. Ya era hora.

- Por fin van a solucionar lo de las puertas – le digo al conserje, interrumpiendo momentaneamente mi huida
- ¿Por fin? Está claro que hay quien no puede vivir sin las puertas automáticas
- Pero si llevan así cinco meses.
- ¿Cinco meses? Creo que se está confundiendo señor. Eso fue en febrero, por la huelga del sector. ¿No recuerda la horrible tormenta que caía el día que la arreglaron?
- No
- Pues así es, parecía que no hubiese llovido nunca. Al menos esta vez...

Parece querer decir algo más pero yo ya no le escucho. Mi necesidad por salir a la calle supera a mi necesidad de respirar. ¿Dónde habré puesto los ansiolíticos? Atravieso las puertas, dándole sin querer una patada al operario. Cuando por fin llego a la calle, me percato de que no necesitaba más salir, que respirar. Y lo hago mientras caigo inconsciente al suelo, desmayado, ahogado por mis lamentos.

Al menos ahora podré descansar.

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