miércoles, 27 de junio de 2007

Él – El deseo (I)

Se escucha el alboroto de los niños en el pasillo, mientras tu y yo aprovechamos los últimos minutos en la cama, como un reo sus últimos instantes en la milla verde. Nunca es suficiente el tiempo del que disponemos, aunque cada segundo contigo no lo cambiaría por una vida entera de los más sofisticados placeres. Hablar de tonterías, repetir las bromas de siempre, que solo en tu voz tienen gracia. Quedarnos callados, mirándonos, perdidos el uno en la mirada del otro. Encontrarnos, fundidos en un largo beso, como una nota sostenida, de la sinfonía que compone nuestro sincronismo, conseguido por años de dedicación mutua.

Imaginar cada mañana, antes de tu despertar, como sería nuestra vida, es uno de los mejores momentos del día. Todo se hace cuesta abajo tras este momento, en el que me sumerjo en un océano de sueños, y dejo volar mi imaginación hacia un futuro que, solo en ese momento, se me antoja probable. Siempre me voy, antes de que despiertes al sentir el tacto de mis ojos, de mi mirada cada instante más intensa.

El día entero lo gasto, mejor dicho, lo invierto en recordarte. Tumbada, ausente. Sin suponer que alguien observa la belleza de tu figura. Sin sentir el calor que emanan mis sentimientos por ti. Quizá soñando las maravillas que yo imagino, sugestionada por la fiereza de mis pensamientos.

Todos los días llego a casa antes que tu. Solo para verte aparecer por la puerta. Ese es el segundo mejor momento del día. El fin del trazo de un círculo perfecto, que se repite día a día formando una espiral de entrega y compromiso en la que no se atisba el final. Un pacto entre tu y yo, no escrito, ni si quiera dicho de palabra, pero que mantenemos sin tambalearnos.

Solo dura un segundo. Ese momento, en el que tu abres la puerta, justo antes de que se desmonte el universo que he fabricado para ti. Para nosotros.

Después solo queda el deseo. El que me tortura cada noche, al querer abrazarte y no poder. Al sentirte tan cerca, pero saberte tan lejos. Al entender que la única manera de hacerte feliz, es no hacer nada. Mantenerme al margen. Solo mirarte. Y soñarte. Y recordar falsos recuerdos. Porque más allá de eso no hay nada. Recuerdos que creo, que elaboro a partir de vivencias que desearía haber vivido. Junto a ti.

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